VISION DE BABUCO,ESCRITA POR ÉL PROPIO. Entre los genios que á los imperios del mundo presiden, ocupa Ituriel uno de los primeros puestos, y tiene á su cargo el departamento de la alta Asia. Baxó una mañana á la mansion del Escita Babuco, á orillas del Oxô, y le dixo así: Babuco, los Persas han incurrido en nuestro enojo por sus excesos y sus desvaríos, y ayer se celebró una junta de genios de la alta Asia para decidir si habian de castigar ó destruir á Persepolis. Vete á este pueblo, examínalo todo; me darás cuenta, y por tu informe determinaré si he de castigar ó exterminar la ciudad. Yo, señor, respondió humildemente Babuco, ni he estado nunca en Persia, ni conozco en todo aquel imperio á ninguno. Mas vale así, dixo el ángel, que no serás parcial. Del cielo recibiste sagacidad, y yo añado el don de inspirar confianza: ve, mira, escucha, observa, y nada temas, que en todas partes serás bien visto. Montó pues Babuco en su camello, y se marchó con sus sirvientes. Al cabo de algunas jornadas, encontró en los valles de Senaar el exército persa que iba á pelear con el exército indio; y dirigiéndose á un soldado que halló en un parage remoto, le preguntó qual era el motivo de la guerra. Por los Dioses celestiales, que no lo sé, dixo el soldado, ni me importa; mi oficio es matar ó que me maten para ganar mi vida: servir aquí ó allí, es para mí todo uno; y aun puede ser que me pase mañana al campo de los Indios, que dicen que dan á los soldados cerca de media-dracma de cobre al dia mas que en este maldito servicio de Persia. Si quereis saber porque pelean, hablad con mi capitan. Babuco, despues de haber hecho un regalejo al soldado, entró en el campo, y habiendo hecho conocimiento con el capitan le preguntó el motivo de la guerra. ¿Cómo quereis que lo sepa yo? ¿y qué me importa, sea el que quiera? Yo resido á doscientas leguas de distancia de Persepolis; me dicen que se ha declarado la guerra, y al punto dexo mi familia, y, como es costumbre, voy á buscar fortuna ó la muerte, porque no tengo otra cosa que hacer. ¿Y vuestros camaradas, dixo Babuco, no estan tampoco mas instruidos que vos? No, dixo el oficial: solamente nuestros principales sátrapas son los que á punto fixo saben porque nos degollamos. Atónito Babuco se introduxo con los generales, y se insinuó en su familiaridad. Al fin le dixo uno de ellos: La causa de la guerra que asuela veinte años ha el Asia, procede en su orígen de una contienda de un eunuco de una de las mugeres del gran rey de Persia, con un oficinista del gran rey de las Indias. Tratábase de un derecho que producia con corta diferencia un triésimo de darico; y como tanto el primer ministro de Indias como el nuestio sustentáron con dignidad los derechos de su amo respectivo, se inflamáron los ánimos, y saliéron á campaña de cada parte un millon de soldados. Cada año es necesario reclutar estos exércitos con quatrocientos mil hombres. Crecen las muertes, los incendios, las ruinas y las talas; padece el universo, y sigue la enemiga. Nuestro ministro y el de Indias protestan con mucha freqüencia que no les mueve otra cosa que la felicidad del linage humano; y á cada protesta se destruye alguna ciudad, ó se asuelan algunas provincias. Habiéndose al otro dia esparcido la voz de que se iba á firmar la paz, dieron el general indio y el persa á toda priesa la batalla, que fue sangrienta. Vió Babuco todos los yerros y todas las abominaciones que se cometiéron, y fué testigo de las maquinaciones de los principales sátrapas, que hiciéron quanto estuvo en su mano para que la perdiera su general: vió oficiales muertos por su propia tropa; vió soldados que acababan de matar á sus moribundos camaradas, por quitarles algunos andrajos ensangrentados, rotos y cubiertos de inmundicia; entró en los hospitales adonde llevaban á los heridos, que perecían casi todos por la inhumana negligencia de los mismos que pagaba á peso de oro el rey de Persia para que los socorriesen. ¿Son hombres estos, exclamaba Babuco, ó son fieras? Ha, bien veo que ha de ser destruida Persepolis
VISION DE BABUCO,ESCRITA POR ÉL PROPIO. Entre los genios que á los imperios del mundo presiden, ocupa Ituriel uno de los primeros puestos, y tiene á su cargo el departamento de la alta Asia. Baxó una mañana á la mansion del Escita Babuco, á orillas del Oxô, y le dixo así: Babuco, los Persas han incurrido en nuestro enojo por sus excesos y sus desvaríos, y ayer se celebró una junta de genios de la alta Asia para decidir si habian de castigar ó destruir á Persepolis. Vete á este pueblo, examínalo todo; me darás cuenta, y por tu informe determinaré si he de castigar ó exterminar la ciudad. Yo, señor, respondió humildemente Babuco, ni he estado nunca en Persia, ni conozco en todo aquel imperio á ninguno. Mas vale así, dixo el ángel, que no serás parcial. Del cielo recibiste sagacidad, y yo añado el don de inspirar confianza: ve, mira, escucha, observa, y nada temas, que en todas partes serás bien visto. Montó pues Babuco en su camello, y se marchó con sus sirvientes. Al cabo de algunas jornadas, encontró en los valles de Senaar el exército persa que iba á pelear con el exército indio; y dirigiéndose á un soldado que halló en un parage remoto, le preguntó qual era el motivo de la guerra. Por los Dioses celestiales, que no lo sé, dixo el soldado, ni me importa; mi oficio es matar ó que me maten para ganar mi vida: servir aquí ó allí, es para mí todo uno; y aun puede ser que me pase mañana al campo de los Indios, que dicen que dan á los soldados cerca de media-dracma de cobre al dia mas que en este maldito servicio de Persia. Si quereis saber porque pelean, hablad con mi capitan. Babuco, despues de haber hecho un regalejo al soldado, entró en el campo, y habiendo hecho conocimiento con el capitan le preguntó el motivo de la guerra. ¿Cómo quereis que lo sepa yo? ¿y qué me importa, sea el que quiera? Yo resido á doscientas leguas de distancia de Persepolis; me dicen que se ha declarado la guerra, y al punto dexo mi familia, y, como es costumbre, voy á buscar fortuna ó la muerte, porque no tengo otra cosa que hacer. ¿Y vuestros camaradas, dixo Babuco, no estan tampoco mas instruidos que vos? No, dixo el oficial: solamente nuestros principales sátrapas son los que á punto fixo saben porque nos degollamos. Atónito Babuco se introduxo con los generales, y se insinuó en su familiaridad. Al fin le dixo uno de ellos: La causa de la guerra que asuela veinte años ha el Asia, procede en su orígen de una contienda de un eunuco de una de las mugeres del gran rey de Persia, con un oficinista del gran rey de las Indias. Tratábase de un derecho que producia con corta diferencia un triésimo de darico; y como tanto el primer ministro de Indias como el nuestio sustentáron con dignidad los derechos de su amo respectivo, se inflamáron los ánimos, y saliéron á campaña de cada parte un millon de soldados. Cada año es necesario reclutar estos exércitos con quatrocientos mil hombres. Crecen las muertes, los incendios, las ruinas y las talas; padece el universo, y sigue la enemiga. Nuestro ministro y el de Indias protestan con mucha freqüencia que no les mueve otra cosa que la felicidad del linage humano; y á cada protesta se destruye alguna ciudad, ó se asuelan algunas provincias. Habiéndose al otro dia esparcido la voz de que se iba á firmar la paz, dieron el general indio y el persa á toda priesa la batalla, que fue sangrienta. Vió Babuco todos los yerros y todas las abominaciones que se cometiéron, y fué testigo de las maquinaciones de los principales sátrapas, que hiciéron quanto estuvo en su mano para que la perdiera su general: vió oficiales muertos por su propia tropa; vió soldados que acababan de matar á sus moribundos camaradas, por quitarles algunos andrajos ensangrentados, rotos y cubiertos de inmundicia; entró en los hospitales adonde llevaban á los heridos, que perecían casi todos por la inhumana negligencia de los mismos que pagaba á peso de oro el rey de Persia para que los socorriesen. ¿Son hombres estos, exclamaba Babuco, ó son fieras? Ha, bien veo que ha de ser destruida Persepolis