Author: | Ángela de Foligno | ISBN: | 9781783360376 |
Publisher: | limovia.net | Publication: | April 14, 2013 |
Imprint: | Language: | Spanish |
Author: | Ángela de Foligno |
ISBN: | 9781783360376 |
Publisher: | limovia.net |
Publication: | April 14, 2013 |
Imprint: | |
Language: | Spanish |
Benedicto XVI Audiencia General Plaza de San Pedro Miércoles 13 de octubre de 2010:
Hoy quiero hablaros de la beata Ángela de Foligno, una gran mística medieval que vivió en el siglo XIII. Generalmente, uno queda fascinado por las cumbres de la experiencia de unión con Dios que ella alcanzó, pero quizás se consideran demasiado poco sus primeros pasos, su conversión, y el largo camino que la llevó desde el punto de partida, el «gran temor del infierno», hasta la meta, la unión total con la Trinidad. La primera parte de la vida de Ángela ciertamente no es la de una ferviente discípula del Señor. Nació alrededor de 1248 en una familia acomodada, y quedó huérfana de padre; su madre la educó de un modo más bien superficial. Muy pronto fue introducida en los ambientes mundanos de la ciudad de Foligno, donde conoció a un hombre, con quien se casó a los veinte años y del que tuvo hijos. Su vida era despreocupada, tanto que se permitía despreciar a los llamados «penitentes» —que abundaban en esa época—, es decir, a aquellos que para seguir a Cristo vendían sus bienes y vivían en la oración, en el ayuno, en el servicio a la Iglesia y en la caridad.
Algunos acontecimientos, como el violento terremoto de 1279, un huracán, la añosa guerra contra Perugia y sus duras consecuencias influyen en la vida de Ángela, la cual toma conciencia progresivamente de sus pecados, hasta dar un paso decisivo: invoca a san Francisco, que se le aparece en una visión, para pedirle consejo con vistas a hacer una buena confesión general: estamos en 1285; Ángela se confiesa con un fraile en San Feliciano. Tres años después, su camino de conversión conoce otro viraje: el final de los vínculos afectivos, puesto que, en pocos meses, mueren primero su madre y luego su marido y todos sus hijos. Entonces vende sus bienes y en 1291 entra en la Tercera Orden de San Francisco. Muere en Foligno el 4 de enero de 1309. El Libro de la beata Ángela de Foligno, en el cual se recoge la documentación sobre nuestra beata, relata esta conversión; indica los medios necesarios: la penitencia, la humildad y las tribulaciones; y narra sus pasos, el sucederse de las experiencias de Ángela, que comienzan en 1285. Recordándolas, después de haberlas vivido, trató de contarlas a través del fraile confesor, quien las transcribió fielmente intentando después organizarlas por etapas, que llamó «pasos o mutaciones», pero sin lograr ordenarlas plenamente (cf. Il Libro della beata Angela da Foligno, Cinisello Balsamo 1990, p. 51). Esto se debió a que para la beata Ángela la experiencia de unión es una implicación total de los sentidos espirituales y corporales; y de lo que ella «comprende» durante sus éxtasis sólo queda, por decirlo así, una «sombra» en su mente. «Oí realmente estas palabras —confiesa después de un éxtasis místico—, pero lo que vi y comprendí, y que él [es decir, Dios] me mostró, de ningún modo sé o puedo decirlo, aunque revelaría de buen grado lo que entendí con las palabras que oí, pero fue un abismo absolutamente inefable». Ángela de Foligno presenta sus «vivencias» místicas, sin elaborarlas con la mente, porque son iluminaciones divinas que se comunican a su alma de modo improviso e inesperado. Al mismo fraile confesor le cuesta referir esos acontecimientos, «también a causa de su gran y admirable discreción respecto a los dones divinos» (ib., p. 194). A la dificultad de Ángela de expresar su experiencia mística se añade además la dificultad para sus oyentes de comprenderla. Una situación que indica con claridad que el único y verdadero Maestro, Jesús, vive en el corazón de todo creyente y desea tomar total posesión de él. Así es para Ángela, que escribía a uno de sus hijos espirituales: «Hijo mío, si vieras mi corazón, te sentirías absolutamente obligado a hacer todas las cosas que Dios quiere, porque mi corazón es el de Dios y el corazón de Dios es el mío». Resuenan aquí las palabras de san Pablo: «Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Ga 2, 20) ...
Benedicto XVI Audiencia General Plaza de San Pedro Miércoles 13 de octubre de 2010:
Hoy quiero hablaros de la beata Ángela de Foligno, una gran mística medieval que vivió en el siglo XIII. Generalmente, uno queda fascinado por las cumbres de la experiencia de unión con Dios que ella alcanzó, pero quizás se consideran demasiado poco sus primeros pasos, su conversión, y el largo camino que la llevó desde el punto de partida, el «gran temor del infierno», hasta la meta, la unión total con la Trinidad. La primera parte de la vida de Ángela ciertamente no es la de una ferviente discípula del Señor. Nació alrededor de 1248 en una familia acomodada, y quedó huérfana de padre; su madre la educó de un modo más bien superficial. Muy pronto fue introducida en los ambientes mundanos de la ciudad de Foligno, donde conoció a un hombre, con quien se casó a los veinte años y del que tuvo hijos. Su vida era despreocupada, tanto que se permitía despreciar a los llamados «penitentes» —que abundaban en esa época—, es decir, a aquellos que para seguir a Cristo vendían sus bienes y vivían en la oración, en el ayuno, en el servicio a la Iglesia y en la caridad.
Algunos acontecimientos, como el violento terremoto de 1279, un huracán, la añosa guerra contra Perugia y sus duras consecuencias influyen en la vida de Ángela, la cual toma conciencia progresivamente de sus pecados, hasta dar un paso decisivo: invoca a san Francisco, que se le aparece en una visión, para pedirle consejo con vistas a hacer una buena confesión general: estamos en 1285; Ángela se confiesa con un fraile en San Feliciano. Tres años después, su camino de conversión conoce otro viraje: el final de los vínculos afectivos, puesto que, en pocos meses, mueren primero su madre y luego su marido y todos sus hijos. Entonces vende sus bienes y en 1291 entra en la Tercera Orden de San Francisco. Muere en Foligno el 4 de enero de 1309. El Libro de la beata Ángela de Foligno, en el cual se recoge la documentación sobre nuestra beata, relata esta conversión; indica los medios necesarios: la penitencia, la humildad y las tribulaciones; y narra sus pasos, el sucederse de las experiencias de Ángela, que comienzan en 1285. Recordándolas, después de haberlas vivido, trató de contarlas a través del fraile confesor, quien las transcribió fielmente intentando después organizarlas por etapas, que llamó «pasos o mutaciones», pero sin lograr ordenarlas plenamente (cf. Il Libro della beata Angela da Foligno, Cinisello Balsamo 1990, p. 51). Esto se debió a que para la beata Ángela la experiencia de unión es una implicación total de los sentidos espirituales y corporales; y de lo que ella «comprende» durante sus éxtasis sólo queda, por decirlo así, una «sombra» en su mente. «Oí realmente estas palabras —confiesa después de un éxtasis místico—, pero lo que vi y comprendí, y que él [es decir, Dios] me mostró, de ningún modo sé o puedo decirlo, aunque revelaría de buen grado lo que entendí con las palabras que oí, pero fue un abismo absolutamente inefable». Ángela de Foligno presenta sus «vivencias» místicas, sin elaborarlas con la mente, porque son iluminaciones divinas que se comunican a su alma de modo improviso e inesperado. Al mismo fraile confesor le cuesta referir esos acontecimientos, «también a causa de su gran y admirable discreción respecto a los dones divinos» (ib., p. 194). A la dificultad de Ángela de expresar su experiencia mística se añade además la dificultad para sus oyentes de comprenderla. Una situación que indica con claridad que el único y verdadero Maestro, Jesús, vive en el corazón de todo creyente y desea tomar total posesión de él. Así es para Ángela, que escribía a uno de sus hijos espirituales: «Hijo mío, si vieras mi corazón, te sentirías absolutamente obligado a hacer todas las cosas que Dios quiere, porque mi corazón es el de Dios y el corazón de Dios es el mío». Resuenan aquí las palabras de san Pablo: «Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Ga 2, 20) ...