Desconocido en un principio por la crítica, fue desde el primer momento el mimado del público;—que no siempre deja de ser verdad lo de que tout Paris a plus d'esprit que M. de Voltaire. Y como era un escritor valiente, un ingenio agudo, un satírico acerbo y un observador de muchos quilates,—pese a la persecución de los gobiernos y las más mortales aún, mordeduras de la envidia, Larra se impuso en vida, llegó a ser gloria en muerte, y fue una vez más la sanción del soberano parecer del pueblo. Durante su rápida cuanto fecunda carrera periodística, no tuvo competidores, y el mismo clásico e ingenuo Mesonero Romanos tuvo que ceder el paso al maestro—entonces,—y hoy desaparece en la penumbra de aquella gran sombra. Leer hoy los artículos de ambos, es recordar mañana exclusivamente a Fígaro. Y, sin embargo, este hombre que a tales alturas intelectuales alcanzó, que sus artículos se leen ahora como si aún estuviera fresca la tinta con que fueron escritos; este hombre, cuyo escepticismo parece el resultado de larga y amarguísima experiencia; este hombre, cuyos artículos más insignificantes pueden todavía servir de inspiradores, si no de modelos,—murió cuando aún estaba por llegar a la madurez, antes de alcanzar los treinta años. Pero ¿por qué conjeturar lo que produciría, si basta y sobra con lo producido? ¡Y tanto como basta! Los más brillantes periodistas argentinos son hijos de Fígaro, si no en otra cosa, en la audacia para romper viejos lazos, derribar arcaicas supersticiones y rebelarse contra los antiguos e innocuos catecísmos. Respecto de la presente edición, sólo añadiremos que se ha cuidado de seleccionar todo lo más fresco, todo lo más actual, que haya brotado del ingenio de Fígaro, de manera tal, que este libro parezca un periódico acabado de escribir por él... para mañana
Desconocido en un principio por la crítica, fue desde el primer momento el mimado del público;—que no siempre deja de ser verdad lo de que tout Paris a plus d'esprit que M. de Voltaire. Y como era un escritor valiente, un ingenio agudo, un satírico acerbo y un observador de muchos quilates,—pese a la persecución de los gobiernos y las más mortales aún, mordeduras de la envidia, Larra se impuso en vida, llegó a ser gloria en muerte, y fue una vez más la sanción del soberano parecer del pueblo. Durante su rápida cuanto fecunda carrera periodística, no tuvo competidores, y el mismo clásico e ingenuo Mesonero Romanos tuvo que ceder el paso al maestro—entonces,—y hoy desaparece en la penumbra de aquella gran sombra. Leer hoy los artículos de ambos, es recordar mañana exclusivamente a Fígaro. Y, sin embargo, este hombre que a tales alturas intelectuales alcanzó, que sus artículos se leen ahora como si aún estuviera fresca la tinta con que fueron escritos; este hombre, cuyo escepticismo parece el resultado de larga y amarguísima experiencia; este hombre, cuyos artículos más insignificantes pueden todavía servir de inspiradores, si no de modelos,—murió cuando aún estaba por llegar a la madurez, antes de alcanzar los treinta años. Pero ¿por qué conjeturar lo que produciría, si basta y sobra con lo producido? ¡Y tanto como basta! Los más brillantes periodistas argentinos son hijos de Fígaro, si no en otra cosa, en la audacia para romper viejos lazos, derribar arcaicas supersticiones y rebelarse contra los antiguos e innocuos catecísmos. Respecto de la presente edición, sólo añadiremos que se ha cuidado de seleccionar todo lo más fresco, todo lo más actual, que haya brotado del ingenio de Fígaro, de manera tal, que este libro parezca un periódico acabado de escribir por él... para mañana