Hablar es de sordos

Entre los afortunados que hablamos, oímos y vemos, nos pasa que comunicamos mientras hacemos otras cosas. Nos paramos poco o nada a mirar o a escuchar con atención. El oído, que tenemos tan desentrenado, adquiere costumbre de centinela. Nos avisa. Y sin mirar, respondemos o añadimos según convenga. Muchas veces ni siquiera eso. Hablamos como por impulso. Sin mirar ni escuchar. Por eso, sin estarlo, nos quedamos sordos de remate. No nos enteramos de nada. ¡Y nunca paramos de hablar! ¿Qué pasaría si nos quedáramos temporalmente sin habla? Comunicar sin habla en un mundo de hablantes es una odisea: nadie te mira, no existes.
Cuándo creemos que lo tenemos todo, nos falta todo lo demás.

Gracias a las personas sordas y mudas por soportarnos a nosotros tan incapaces.